Andrés Piqueras, Profesor de Sociología y Antropología de la UJI
1. La representación es la forma de organización política de la
sociedad capitalista. De ahí que las elecciones reflejen la relación
inmediata de la sociedad con el Estado (entendido éste como el complejo
de instituciones que gobiernan, administran y gestionan la vida social).
Por eso la sociedad capitalista no forma comunidad, no forma
pueblo,
sino “población” o sumatorio de individuos aislados, formalmente
“libres” e “iguales”, como entes independientes y separados unos de
otros.
La representación política se basa en una ilusión, el
ciudadano o
ciudadana
como ser libre e igual al resto. Pero es esta una imagen invertida de
la realidad: individuos sometidos al despotismo del lugar de trabajo (la
fábrica, la empresa, la oficina, el “hogar”, el Banco…), donde la
democracia es pura quimera.
Si la población es una suma de ciudadan@s que delegan su soberanía al
hacerse representar por otros (al creer que otros representarán sus
intereses dentro del Estado), las elecciones son la forma primordial de
relacionarse la sociedad con el Estado. Miden el grado de subordinación
de la masa de individuos-ciudadan@s.
2. La cultura delegativa es inherente al sistema capitalista. Éste
quiere individuos aislados que permuten el hacer por el delegar (que
hagan otros). La forma clásica de cooptación del Sistema es incorporar
la contestación social a lo institucional, a lo delegativo, a lo
representativo. Inundar de dinero a quienes accedan a esa
representación, repartir cargos, jefaturas, direcciones. Alto manejo de
fondos, poderes, decisiones sobre otros…
Por eso hay que sospechar de cualquiera que pida tu voto para hacer
por ti, para arreglar por ti. Hay que recelar de cualquiera que al hacer
eso no promueva que te organices, que no desmitifique tu condición de
“independiente”, “libre” e “igual”, para mostrarte como eres:
subordinada y dependiente (en general siempre dependemos de los demás
para vivir, pero en la sociedad capitalista además dependemos de que
otros nos dejen trabajar para ellos –nos exploten- para poder
subsistir). Porque sólo desde la autonomía construida colectivamente se
combate la subordinación, no delegando.
3. La última Gran Crisis capitalista que está destrozando la sociedad
desde sus mismas bases, ha provocado cada vez más expresiones de
“indignación” y de “rebelión” social. En el Reino de España,
especialmente golpeado por esta Gran Crisis (dada la modalidad de
capitalismo mafioso que es marca de la casa), emprender un proceso
constituyente llegó incluso a estar en el orden del día.
Sin embargo, la irrupción de
Podemos frenó todo el proceso,
desactivó la movilización social de masas y canalizó buena parte de
energía social hacia el proceso electoral, derivando (una vez más) lo
instituyente hacia lo institucional.
Para funcionar en lo institucional se necesita no sólo canalizar las
energías sociales hacia la micro-política, sino succionar a los
elementos más destacados de la movilización social, esto es, absorber
cuadros, reclutar líderes, atraer personas organizadas. Y eso significa
descabezar y desarticular movimientos.
Hoy, toda una franja de personas entre los 35 y 45 años, competente,
bien formada, con grandes aspiraciones… y sin demasiado futuro
profesional, estará dispuesta a quebrarse las costillas a codazos para
conseguir posiciones y puestos dentro de una fuerza institucional en
auge.
4.
Podemos es, salvando las distancias de coyuntura, un mal
remedo combinado de lo que fue el PSOE y el PCE en la primera
transición. El PSOE se encargó de canalizar el descontento, la
movilización social hacia lo electoral, mientras que el PCE de Carrillo
desactivó todas las bases de contestación social y envió a la
sociedad organizada
a su casa: a votar. El PSOE después absorbería la savia popular,
llevándose para la Administración a los mejores cuadros, los líderes más
valiosos. Con el poder institucional llegaron los fondos del Estado,
los cargos, las direcciones… El “duunvirato” González-Guerra tiene hoy
su (grotesca) contrarréplica en el de Iglesias-Errejón.
Este último tándem ha estado dispuesto a emprender una nueva
“transición” en la que aplacar la indignación social a cambio de
conquistas electorales. La partida, una vez más, estaba amañada porque
se jugaba en el tapete impuesto por los Poderes fuertes del capital:
Constitución del 78, Monarquía, Ejército, Patronal, UE, OTAN (este
duunvirato ni siquiera nos dijo “OTAN de entrada no”), deuda,
contrarreformas laborales, descuartizamiento de lo social…
Por eso el “programa” (por decirle algo) no podía ser más que una
muestra comercial a lo IKEA, donde se ponen personas por delante de
ideas y donde nada que sea inconveniente para los poderes oligárquicos
puede entrar en la lista de la “compra”: ni ruptura con la dirección
extranjera de la política española (la UE y el euro, por ejemplo), ni
siquiera denuncia del Plan de Estabilidad europeo que nos obliga a la
austeridad presupuestaria y al pago de una deuda tan odiosa como
impagable. Ni alusión a la forma de Estado, ni plan contra la
sobre-explotación laboral, ni política fuerte feminista, ni
nacionalización de la gran Banca, de los recursos energéticos y las
industrias de carácter estratégico, ni ley contundente contra los
desahucios y por el derecho irrenunciable a la vivienda, ni
dignificación de la enseñanza o la sanidad, ni reforma agraria… ¡Ni
siquiera una seria ley anti-taurina!
El arte de hablar sin decir nada (a lo Laclau) parecía la clave para
ganarse sectores de todos los bandos, pero a la postre lo que hacía era
perder el apoyo y el seguimiento de los decaídos movimientos sociales,
de la parte más concienciada y luchadora de la sociedad.
Cuando Laclau muestra sus límites en América Latina, donde los
procesos populistas no dan más de sí ante un cambio de coyuntura
económica internacional y ante la contraofensiva imperial (porque la
hegemonía en una sociedad de clases fuertemente dividida, no es una
cuestión de papeletas de rifa, ni de ver quién es más ingenioso), aquí
nos quieren seguir haciendo jugar a las “ventanas de oportunidad” y a
los “significantes vacíos”. Y a fuerza de vaciarlos tanto, de enrollarse
en la bandera española, de no ser de izquierdas ni de derechas, de
incorporar generales del ejército, de ser más “socialdemócratas” que
nadie, de no ser clases sino 99%… en vez de llenar aquellos
significantes, lo que se hizo fue cargarse los que ya estaban llenos,
frutos de siglos de luchas, por la izquierda: como el de república,
antimilitarismo, anticapitalismo, luchas de clase, explotación,
emancipación…
Y todo ello con el super-ambicioso fin de… llegar a las
instituciones. Supuestamente para reformarlas desde dentro. Sin fuerza
social detrás, sin bases, sin organización.
5. Porque la única organización la pone IU. Por eso
Podemos la necesita. Primero hay que anularla como opción política y después parasitarla.
El PCE y su criatura, IU, tienen más de 30 años de deriva desde una
pulsión revolucionaria hacia la socialdemocracia a la eurocomunista, con
una política subalterna respecto del PSOE (patente institucionalmente
cuando ha hecho falta) y siempre a remolque del mismo.
Pero que esta fuerza se subordine a una formación bisoña que tiene
por objetivo la contienda electoral para aplicar un reformismo débil, es
rebajar aún más los principios y tirar por la ventana toda la herencia
política acumulada para… pasar a ser segundones de un proyecto de
segunda.
Y ahora además implorando al PSOE, la cara “izquierdosa” de la
oligarquía, un pacto. Pacto improbable pero que de realizarse dejaría a
IU en una doble subordinación: respecto de Podemos y del PSOE. Toda una
estrategia.
¿Y qué vida le quedaría al PCE?
Si esta formación tardó 20 años en pedir perdón por las políticas carrillistas, ¿cuánto tardará en hacerlo por su papel en esto?
6. La derecha y la ultraderecha españolas se forjaron en medio siglo
de brutal dictadura, llevan votando juntas desde el franquismo y son
fieles al PP (aunque les repatee) por más atrocidades, corrupciones y
latrocinios que cometa: entre 10 y 11 millones de votos asegurados
(tampoco más) de gente que prefiere la barbarie antes de que “entren los
rojos” en el Gobierno
[1].
Cuando tu proyecto se centra fundamentalmente en el campo electoral,
cuando tu “fuerza” la mides por votos, tienes que tirar de todas las
formulaciones populistas, vacías de contenido, que puedas, para competir
con eso. Lo mismo si quieres ser la “primera opción de oposición”.
De ahí que el desaliento y tono fracasado de
Unidos Podemos traduzca que su objetivo sólo era la política pequeña, la hegemonía débil
dentro del sistema.
En cambio, si
Unidos Podemos fuera una formación mínimamente
transformadora, siendo la tercera fuerza política del país y con más de
5 millones de votos (más los latentes que pueden sumar al menos otro
millón más), estarían felicitándose ahora por esa potencial fuerza que
tienen (que tenemos) para movilizar las calles, para combatir los
Poderes desde abajo. Si hubieran trabajado para hacer
pueblo y no
votantes, tendrían una fuerza impresionante (con mucho menos de partida se han hecho revoluciones).
Ahora podrían felicitarse de
haber ganado fuerza social y podrían estar preparando una auténtica oposición en cada ámbito de conflicto (¿todavía estarían a tiempo?).
Pero los procesos
populistas a diferencia de los
populares
(construidos desde los propios sujetos de emancipación y por tanto
co-implicados con una mayor autonomía de los mismos), son heterónomos,
implican una construcción externa, vertical, a las personas. Es decir,
no las empodera. Y si las personas no se convierten en sujetos
colectivos activos, no conllevan
fuerza social. Por tanto ganar votos no te da fuerza antagonista de transformación. Sólo “puntos” para la negociación electoral.
Los individuos machaconamente entrenados para delegar es muy difícil que se movilicen para la lucha.
Quienes han pedido un “voto crítico” para esta coalición deberían
pensarse también cómo tener legitimidad y credibilidad después para
reclamar transformaciones sociales de calado.
7. Entonces la única noticia que podría ser esperanzadora de todo
esto es que si el populismo ha pinchado electoralmente hasta cierto
punto, es el momento de reemprender de nuevo el camino de lo popular, de
las luchas desde abajo, de trenzar la sociedad con movimientos. De
construir fuerza social. De la Política con mayúsculas.
Sólo desde ella lo institucional y lo delegativo puede adquirir
sentido, porque entonces delegamos y actuamos frente al adversario
antagónico desde posiciones de fuerza, como sujetos colectivos, y ya no
sólo en el terreno que aquél nos marca.
Y esto es vital de tener en cuenta en el grave momento histórico de
destrucción de las sociedades que vivimos. Enfrentamos un Sistema que ya
no puede dejarse reformar ni puede distribuir porque su tasa de
ganancia se ha hundido y porque casi ha dejado de acumular. Porque muy
probablemente esté en su fase terminal.
Mientras actuemos solamente para ponerle vendajes y medicinas paliativas, le estamos prolongando su devastadora agonía.
A costa de toda la sociedad.
[1] Tengamos en cuenta además que los sistemas electorales burgueses
están pensados para que las mayorías minoritarias (por ejemplo, 10
millones frente a un país de más de 45 millones de personas), se
reproduzcan (como “mayorías mecánicas”) a través de una contienda
viciada con los enormes recursos de los unos, su aparato institucional,
amenazas, medios de desinformación masiva, etc…
Articulo de enlace
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